La crisis ecosocial supone una amenaza sin precedentes de urbicidio, destrucción del entorno construido y desarticulación de las comunidades que lo habitan. Ante la certeza de un futuro próximo donde viviremos con menos recursos, menos energía y en entornos ambientalmente más adversos, amar las ciudades pasa por asumir las complejas y radicales transformaciones que plantea la agenda del ecourbanismo. La agricultura urbana se ha convertido en una herramienta indispensable para impulsar estos cambios. Metáfora de la creatividad social, la capacidad ciudadana para devolver el valor de uso a espacios abandonados, del cuidado de la naturaleza en la ciudad o de las posibilidades de relocalizar, democratizar y ecologizar los sistemas alimentarios.
Un esfuerzo por anclar lo utópico a prácticas que anticipan, de forma imperfecta pero habitable, anteproyectos de ciudades más justas, convivenciales y ecológicas. Huertos comunitarios, granjas urbanas, terapias hortícolas en hospitales, zonas de cultivo en escuelas o en bibliotecas, en cárceles o en campos de refugiados. Bosques comestibles, viñedos urbanos, azoteas y otras plantaciones que desafían al hambre y la desigualdad, juntan personas y movilizan comunidades, provocan cambios culturales y reverdecen el espacio público.