Una mañana de octubre de 2005, segundos antes del eclipse total, Marcelo Martín-Santos envía un e-mail de despedida a su hermana Sofía, la joven gerente del mayor grupo constructor del litoral levantino. Ella, incrédula ante esas palabras en la pantalla de su ordenador, comienza a llamarlo, después de varios años sin saber el uno del otro. Al no recibir respuesta, decide emprender un viaje inmediato desde Valencia hasta ese Madrid que eligió su hermano para convertirse en escritor, alejado de los negocios familiares. A medida que el chófer conduce a la joven empresaria por la autovía hacia el encuentro de su hermano, Sofía comienza a leer el archivo adjunto del e-mail. Un extenso relato a modo de novela del que su hermano mellizo se ha servido para sacarla de sus obligaciones e iniciarla en un viaje emocional en el que constatará la importancia de la lectura, que la palabra escrita como bálsamo perfecto para curar ciertas heridas, y para provocar que dos hermanos diferentes lleguen a comprenderse de un modo redondo y completo, como hacen en los eclipses los astros, los satélites y los planetas. Los adioses póstumos es una declaración de amor a la literatura, al Mediterráneo y a esa protagonista, recurrente en casi toda la obra narrativa del autor, que lleva por nombre Valencia.
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