El nombre de Elifio me otorgó un toque anacrónico o exótico, por lo que a nadie sorprendió mi temprana y frecuente inclinación a la fantasía. El apellido Feliz-de-Vargas puede conducir a engaño, pues a pesar de remitir a un pasado de hidalguía y distinción, en la mesa de mi familia eran más frecuentes las lentejas que el lenguado Meunière.
Aunque me gano el sustento como veterinario, siempre he querido vivir del cuento y, empeñado en tal empresa, me he plantado en 54 primaveras, aunque un otoño menos, sin haberlo conseguido. El viaje del anarquista es un nuevo ladrillo (qué mal suena esto hablando de libros) en el muro que trato de trepar para alcanzar la cima del Parnaso.
El viaje del anarquista
Elifio Feliz de Vargas
En una España sumida en el analfabetismo, consideraba una obligación, más que una obra de caridad, poner sus conocimientos al servicio de aquellos que no tuvieron acceso a la enseñanza por culpa de una sucesión de gobernantes corruptos, preocupados en mantener sus privilegios aunque fuese a costa de negar servicios básicos al pueblo.
Francesc Casals, joven anarquista colaborador de la Escuela Moderna de Barcelona se declara prófugo al ser movilizado por el ejército para intervenir en la Guerra del Rif.
En su huida llegará a Villarluengo, un pueblo del Maestrazgo, escenario de las últimas guerras carlistas, donde se establecerá como mozo de botica. Allí descubrirá una España campesina, inculta, beata y tan sumisa como violenta. La Chica Natividad, nieta de su casera, supone un destello de normalidad y coherencia entre personajes extremos y grotescos. Su inusitada curiosidad intelectual despertará el interés del pedagogo, llegando a plantearse la posibilidad de abrir una escuela racionalista.
Por desgracia, la fatalidad persigue al protagonista y, tratando de esquivar a la muerte en la guerra, se topará con ella en un punto inesperado, configurando una nueva versión del cuento «La muerte en Samarra».