La creación de la web es una historia de libertad, un espacio digital en el que todo puede estar vinculado a todo. Porque la omnivinculación es, ante todo, un ideal, un deseo de libertad. Treinta años después, se ha llegado a un límite grotesco: los muertos se niegan a descansar y se transfieren a soportes digitales; los vivos se niegan a morir y están obsesionados con perfeccionarse y permanecer. Morir es algo primitivo, lo civilizado es seguir vinculándose sin parar, a otros cuerpos, otras entidades, otros planos.
En este ensayo, lúcido y mordaz, Raquel Ferrández explora las modalidades del deseo y sus pulsiones de vida y muerte en un mundo que se presenta como una extensión de la web, donde es posible vincularse infinitamente, de forma inmediata y simultánea, y donde el transhumanismo, el capitalismo de la vigilancia, la inteligencia artificial o la tecnosabiduría intentan eliminar el impacto de lo que significa estar solos.