“La novedad de esta obra respecto al humor de las anteriores es que en este caso los personajes reflexionan, a través de sus diálogos, sobre los límites del humor misógino, homofóbico y violento; hablan y discuten sobre lo que se puede y no se puede”. Con estas palabras, el escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, especialista del absurdo, subraya la esencia de su cuarta novela, No voy a pedirle a nadie que me crea, que presenta a las 19.30 de hoy en la 52 Fira del Llibre.
Villalobos (Guadalajara, México, 1973), Premio Herralde de Novela 2016 con dicha obra, ha investigado temas tan dispares como la ergonomía de los retretes, los efectos secundarios de los fármacos contra la disfunción eréctil o la excentricidad en la literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. Anagrama ha publicado todas sus novelas, traducidas a más de una docena de idiomas.
“No voy a pedirle a nadie que me crea conecta el mundo del narcotráfico y del blanqueo de capitales con la corrupción política, lo que pasa es que el escenario no es el rural que tantas veces se ha retratado en las novelas de Don Wislow o Pérez Reverte, sino una geografía más familiar y menestral como la Barcelona urbana y suburbana, con personajes locales absolutamente entrañables dentro de su existencia marginal”, destaca el escritor y periodista Emili Piera, encargado de conducir a la presentación.
Piera considera que Villalobos ha realizado “una recomendable caricatura de la Cataluña bienpensante, donde no exagera ninguna nota, sino que más bien destaca por el amor a la elipsis y la sinuosidad, tan propia de los escritores mexicanos”. Sin embargo, el autor asegura que la obra no tiene conexión “con cuestiones históricas o de la realidad”. Para Villalobos, “siento que cuando me inspiro en cosas reales la obra queda como restringida, yo lo que hago es imaginar una trama muy exagerada”.
El humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias
Una vez más, temas serios, como la violencia del narcotráfico (Fiesta en la madriguera), la desigualdad y la pobreza (Si viviéramos en un lugar normal), la exclusión de la memoria histórica (Te vendo un perro) y en este caso, la corrupción, “los trato con ligereza y con la intención de buscar algo paródico”. Al respecto, afirma que el humor no es un rasgo “propio” de su personalidad, sino más bien “de la manera de ser de los mexicanos, quienes hacemos un ejercicio permanente, incluso cantado, de humor, broma, escarnio, muy común para todos”.
Asimismo, “mi tentación de hacer este tipo de literatura tiene relación con los libros que a mí me gustan, escritos por autores que te acercan a temas delicados con una mirada que no tiene nada que ver con la solemnidad. Me refiero al norteamericano Kurt Vonnegut, por ejemplo. Y en el caso español la tradición que me interesa es la esperpéntica de Valle Inclán, Gómez de la Serna y Enrique Jardiel Poncela”. También le han influido dos escritores compatriotas, Jorge Ibargüengoitia, “de quien el protagonista del libro prepara su tesis doctoral” y Augusto Monterroso, “de quien es el epígrafe del libro, que dice: ‘el humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias’”.
“El gran tema es que hay un malentendido respecto del humor, que no es más que una ficción. Nadie está preguntando dónde están los límites del drama o del terror. Al final al humor se le sanciona más porque tiene esta carga de ridiculizar, de humillar”, lamenta Villalobos. En su opinión, “se magnifica mucho su efecto, como si este agravio fuera algo de lo que nadie se puede recuperar; si te sientes agredido, te sientes mal y finalmente se te pasa”.
“Aunque es verdad que hay casos extremos y tampoco voy a defender un cierto tipo de humo”, ha puntualizado el autor, “pienso que muchas veces los que se sienten agravados nos censuran y llevan a un pensamiento único, esto es, lo políticamente correcto”.